Obispo Eusebio, mientras besa los pies de los confinados en un gesto de
la misericordia de Dios que jamás olvidarán.
Misericordia derramada en el penal
“Acuérdense de los presos como si estuvieran
con ellos en la cárcel”. (Hechos)
Jaime Torres Torres
director@elvisitante.net
Río Grande - La sala donde los domingos los confinados
abrazan y besan a sus esposas e hijos se convirtió en el Altar del Señor.
En el espacio en que, semana tras semana, decenas de
presos le prometen a sus familiares, entre lágrimas y sollozos, que serán
personas de bien cuando regresen a la libre comunidad ocurrió un pequeño
milagro: Jesucristo, a través del Obispo Monseñor Eusebio Ramos Morales, les
recordó que los ama hasta el extremo.
El escenario de tan elocuente expresión de amor fue el
salón de actividades del Campamento Zarzal, durante la mañana del Jueves Santo.
Quizás ha quedado atrás en el calendario, pero no en el corazón de los reos.
Jamás olvidarán
que la calurosa mañana del 28 de marzo de 2013 Monseñor Eusebio Ramos Morales
les celebró la Misa de la Cena del Señor y el Lavatorio de los Pies.
Participaron
alrededor de una treintena de los reos católicos de la correccional y el
campamento, varios oficiales de custodia, que observaban, y los agentes
voluntarios de la pastoral carcelaria católica que dirige a nivel Isla el
reverendo diácono José Manuel Sánchez.
“Hace dos mil años el Señor le dijo a sus apóstoles
cuánto deseaba celebrar la Pascua con ellos y dos mil años después yo lo hago
con ustedes. Vivir la experiencia de la Cena del Señor es un regalo que la
Iglesia les hace. Pascua es el paso del mundo temporal al Padre; es el paso de
la muerte a la Vida. Y les invito a presentar al Señor sus situaciones de cruz,
sus anhelos y necesidades porque Jesús les ama y Él sale a su encuentro para
sanarles”, dijo el Obispo de la Diócesis de Yunque.
En su homilía, Obispo
Eusebio, quien llegó temprano a la institución penal, aprovechando para
confesar a varios reos, les reveló que el Jueves Santo es recordado como el día
de la pasión del amor y del servicio porque en la Última Cena Cristo instituyó
los sacramentos de la Eucaristía y el Orden Sacerdotal.
Jesús ama tanto a la humanidad, explicó el prelado,
que “el nuevo Cordero Pascual se queda y se dona a través del Pan del Cielo”,
en alusión a la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
Concluida la homilía, Monseñor continuó con el
lavatorio de los pies a 12 confinados. Lo ayudaron el diácono Pedro Recci y el
sacerdote Ramón Villamor. El rostro del Obispo se transfiguró cuando, uno por
uno, limpió y besó con misericordia los pies de los confinados.
“Lo que he
hecho aquí, se hace en todas los templos católicos del mundo; incluso el Papa
Francisco lo está haciendo en Roma con un grupo de jóvenes confinados […] Lavar
los pies es reintegrar a la vida y a la dignidad a la persona humana […]. Todos
estamos llamados al servicio. Así como yo los he servido, Cristo los invita a
ser servidores de sus hermanos".
En la oración
de los fieles los confinados pidieron por sus esposas e hijos y por el respeto
a la libertad religiosa del preso.
Con celo pastoral, Obispo Eusebio compartió con los
reos una catequesis sobre la Liturgia Eucarística. Durante la consagración, los
presentes –excepto los oficiales de custodia- se arrodillaron en adoración a
Jesús Sacramentado.
Poco más de una decena comulgaron mientras el ministerio
musical de Tito & Nereida Solís, con el trompetista Charlie Sepúlveda,
entonaba el estribillo “Eucaristía, presencia viva de Jesús, Eucaristía, lo más
grande del amor de Dios”.
“La noche del Jueves Santo, después de la Comunión, se
lleva al Señor a un monumento. Yo lo voy a dejar en el corazón de ustedes”,
expresó Obispo Eusebio.
Antes de la bendición final y del compartir fraternal
de un delicioso almuerzo preparado por los agentes voluntarios de la pastoral
carcelaria católica, el Obispo sorprendió a José Juan Figueroa con el detalle
de una oración por su cumpleaños, el 29 de marzo, Viernes Santo.
“No lo esperaba. Me cantaron “Cumpleaños feliz”. El
Obispo me demostró que el Señor me ama. Estoy decidido a ser un hombre nuevo”,
dijo el confinado, cuyos ojos se desbordaron de lágrimas de alegría, perdón y
liberación.
Al mediodía
Monseñor Eusebio se marchó, pero perpetuó en el alma de los reclusos el tierno
gesto de un beso de amor depositado en sus pies, removiéndoles el polvorín de
la culpa y la discriminación, y sanándoles las heridas del reproche y la
marginación social.
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