martes, 9 de abril de 2013

Misericordia derramada en el penal

Obispo Eusebio, mientras besa los pies de los confinados en un gesto de la misericordia de Dios que jamás olvidarán.




    Fotoperiodista/José Velázquez


Misericordia derramada en el penal
 “Acuérdense de los presos como si estuvieran con ellos en la cárcel”. (Hechos)



Jaime Torres Torres
director@elvisitante.net

Río Grande - La sala donde los domingos los confinados abrazan y besan a sus esposas e hijos se convirtió en el Altar del Señor.

En el espacio en que, semana tras semana, decenas de presos le prometen a sus familiares, entre lágrimas y sollozos, que serán personas de bien cuando regresen a la libre comunidad ocurrió un pequeño milagro: Jesucristo, a través del Obispo Monseñor Eusebio Ramos Morales, les recordó que los ama hasta el extremo.

El escenario de tan elocuente expresión de amor fue el salón de actividades del Campamento Zarzal, durante la mañana del Jueves Santo. Quizás ha quedado atrás en el calendario, pero no en el corazón de los reos.

Jamás olvidarán que la calurosa mañana del 28 de marzo de 2013 Monseñor Eusebio Ramos Morales les celebró la Misa de la Cena del Señor y el Lavatorio de los Pies.

Participaron alrededor de una treintena de los reos católicos de la correccional y el campamento, varios oficiales de custodia, que observaban, y los agentes voluntarios de la pastoral carcelaria católica que dirige a nivel Isla el reverendo diácono José Manuel Sánchez.

“Hace dos mil años el Señor le dijo a sus apóstoles cuánto deseaba celebrar la Pascua con ellos y dos mil años después yo lo hago con ustedes. Vivir la experiencia de la Cena del Señor es un regalo que la Iglesia les hace. Pascua es el paso del mundo temporal al Padre; es el paso de la muerte a la Vida. Y les invito a presentar al Señor sus situaciones de cruz, sus anhelos y necesidades porque Jesús les ama y Él sale a su encuentro para sanarles”, dijo el Obispo de la Diócesis de Yunque.

En su homilía, Obispo Eusebio, quien llegó temprano a la institución penal, aprovechando para confesar a varios reos, les reveló que el Jueves Santo es recordado como el día de la pasión del amor y del servicio porque en la Última Cena Cristo instituyó los sacramentos de la Eucaristía y el Orden Sacerdotal.

Jesús ama tanto a la humanidad, explicó el prelado, que “el nuevo Cordero Pascual se queda y se dona a través del Pan del Cielo”, en alusión a la presencia real de Jesús en la Eucaristía.

Concluida la homilía, Monseñor continuó con el lavatorio de los pies a 12 confinados. Lo ayudaron el diácono Pedro Recci y el sacerdote Ramón Villamor. El rostro del Obispo se transfiguró cuando, uno por uno, limpió y besó con misericordia los pies de los confinados.

 “Lo que he hecho aquí, se hace en todas los templos católicos del mundo; incluso el Papa Francisco lo está haciendo en Roma con un grupo de jóvenes confinados […] Lavar los pies es reintegrar a la vida y a la dignidad a la persona humana […]. Todos estamos llamados al servicio. Así como yo los he servido, Cristo los invita a ser servidores de sus hermanos".

 En la oración de los fieles los confinados pidieron por sus esposas e hijos y por el respeto a la libertad religiosa del preso.

Con celo pastoral, Obispo Eusebio compartió con los reos una catequesis sobre la Liturgia Eucarística. Durante la consagración, los presentes –excepto los oficiales de custodia- se arrodillaron en adoración a Jesús Sacramentado.

Poco más de una decena comulgaron mientras el ministerio musical de Tito & Nereida Solís, con el trompetista Charlie Sepúlveda, entonaba el estribillo “Eucaristía, presencia viva de Jesús, Eucaristía, lo más grande del amor de Dios”.

“La noche del Jueves Santo, después de la Comunión, se lleva al Señor a un monumento. Yo lo voy a dejar en el corazón de ustedes”, expresó Obispo Eusebio.

Antes de la bendición final y del compartir fraternal de un delicioso almuerzo preparado por los agentes voluntarios de la pastoral carcelaria católica, el Obispo sorprendió a José Juan Figueroa con el detalle de una oración por su cumpleaños, el 29 de marzo, Viernes Santo.

“No lo esperaba. Me cantaron “Cumpleaños feliz”. El Obispo me demostró que el Señor me ama. Estoy decidido a ser un hombre nuevo”, dijo el confinado, cuyos ojos se desbordaron de lágrimas de alegría, perdón y liberación.

 Al mediodía Monseñor Eusebio se marchó, pero perpetuó en el alma de los reclusos el tierno gesto de un beso de amor depositado en sus pies, removiéndoles el polvorín de la culpa y la discriminación, y sanándoles las heridas del reproche y la marginación social.

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